Bolivia Construcciones: I – Fuegos

Por: Sebastián Moro

Llegué a La Paz el 18 de febrero, con deliberada fecha de partida clavada en 17, cuestión de provocar(me) simetrías con la carga peronista que me precede. En la ciudad agonizaba el Carnaval con su halo trágico de atentados asesinos en Oruro, presuntamente desatados por grupos de extrema derecha (http://www.la-razon.com/ciudades/seguridad_ciudadana/Explosiones-Oruro-Bolivia-Boston-EEUU_0_2880311989.html) con alto componente de odio racial y manijeados a partir del reagrupamiento político en torno a clases medias y altas de la Media Luna, a fin de que “el maldito populismo” liderado por Evo no continúe tras 2019. Descubrir rapidito las contradicciones, así como la plena instauración de “la grieta”, fundamentalmente a través de los medios de comunicación y su mensaje potenciado por las redes a profesionales, intelectuales y asalariados estables de la metrópoli “civilizada” y más blanquita, frente a los sectores populares, informales y sindicalizados, campesinos e indígenas, también esmerilados por el espanto institucionalista y pseudodemocrático de quienes durante siglos fueron únicos detentores de poder, no me costó demasiado viniendo de la Argentina en destrucción. Sólo que por acá hay un pueblo que aún resiste y, según parece, resistirá. Un primordial quinto elemento.

Será por eso, porque llego empobrecido de derechos y por una proverbial sed de pueblo, es que los primeros días opté por rumbear más bien hacia arriba de “La Hoya”, por los convexos altos fondos donde el barro se subleva. Entonces, rapidito también, y “recto, hacia arriba” -como me indicaron en más de una oportunidad en las que me perdí-, por entre mercados de cholas y callecitas empedradas donde las sibilantes voces se hacen bilingües y hasta trilingües, encontré al ser colectivo boliviano en su ancestral misterio. Misterio al menos para mí, desde una acriollada percepción falsamente europeizada, pese a la sensibilidad que otorga el compromiso y el atender a los propios orígenes. Las fotos que no he sacado son las que condensan a ese ser: entre múltiples sabores, colores, sonidos y olores de la vida en la calle, la reunión grupal alrededor de la comida, en el medio o al cierre de cada extenuante jornada de intercambio comercial, social, laboral, religioso y familiar. Y también esa fina sabiduría, fruto de milenios de supervivencia, de fuego y sangre en la más paciente de las resistencias, de ciclos y tiempos que ni siquiera sospechamos, de la pícara e indómita dignidad de los invisibilizados por toda historia oficial.

Y al cuarto día de maravillamiento, de ir reconociendo a un pueblo con sonrisas a flor de piel y donde el amor todavía anda suelto, en especial en niñas, niños y adolescentes -la llamada “generación Evo”-, por ser sujetos de derechos que sus antepasados jamás en siglos tuvieron, una típica mueca del destino agarrotó pasado con presente y acaso futuro: En fecha 21 del hirviente febrero argentino, buena parte de la sociedad saldría a movilizarse contra el macrismo, en tanto que en Bolivia la derecha ciudadana sellaba paro nacional para protestar que “No es no”, que el país ya había dicho “No” al afán re-reeleccionario de Morales y que no dejarían que se atropellara a la democracia. Nadie apunta que la consulta popular en la que triunfó el “No” se hizo bajo una fenomenal orquestación de prensa en la que falsamente se difamó y acusó al presidente de tener un hijo no reconocido, del mismo modo que más hacia el sur se construyó la figura de “La yegua” y, ya en retirada, la de los bolsos con millones de la corrupción del “dinero K”. O como hacia el este, tras la frontera amazónica, en la que embestida neoliberal con armas mediáticas y judiciales depuso a Dilma y ahora proscribe a Lula.

Así lo desarrollaba Juan Carlos Pinto Quintanilla en su artículo “Con su moral o la nuestra”, publicado en La Época (http://www.la-epoca.com.bo/index.php?opt=front&mod=detalle&id=6561) en los días previos: “Por eso la discusión sobre el 21f antes que un tema de legalidad, es un tema de moralidad, la de ellos que armaron toda una tramoya para convencernos que no importa cómo se pierda, sino que se perdió. Que la regla sirve para juzgar a los otros, más no a ellos, en una suerte de oportunismo que siempre vivieron; como convertir el voto del pueblo en la elección del tercero en votación para hacerlo presidente, el de legalizar a los presidentes con apenas un 21 % de votación, que políticamente vale que antes fuera dizque de izquierda y haber transitado por todos los partidos neoliberales que les dieron pega, para hoy ser demócrata, independiente y militante en colectivos ciudadanos. Su moral siempre ha sido la de estar avergonzado de un país tan diverso como el nuestro, la de pensar que los indios sólo han nacido para obedecer, la de que somos una fatalidad de la historia como país que siempre debe vivir pidiendo limosna porque somos perdedores, mientras admiran el primer mundo y aspira ser como ellos pues “el destino” los ha hecho ganadores”.

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Entonces la grieta boliviana, como las del resto de la región, no es trabajada exclusivamente por la diestra maquiavélica. También participan la izquierda autoproclamada como comunista y revolucionaria -ya ven, en todos lados se cuecen habas…-, las carmelitas descalzas de la intelectualidad académica, las castas ilustradas y la eternizada clase política que durante décadas sumió a la nación en la pobreza, la servidumbre y el racismo. Amplios sectores que, pese a las transformaciones realizadas durante la última década y media, no superan el simplismo de la interpretación histórica colonial según la cual si una alemana se prolonga en el poder está bien pero si lo hace un indio está mal y es un atraso propio del caudillismo.

Cito entonces un extracto de un análisis publicado en La Razón por el doctor y docente Esteban Ticona Alejo -aymara boliviano- (http://www.la-razon.com/opinion/columnistas/Residuos-qaracracia_0_2880911885.html) tres días después de las manifestaciones a favor y en contra de la posibilidad de continuar políticamente con el proceso de cambio cultural, social y económico. Dando una vuelta de tuerca a 500 años de luchas y retrocesos por la inclusión en el marco de “sociedades colonizadas”, Ticona plantea que “Hoy se reclama el respeto a la democracia liberal, es decir, a la q’aracracia o karaycracia. Se dice que es la defensa institucional, lo que no es más que aferrarse al sistema establecido colonial. Se puede tolerar al indio hasta por ahí, hasta de vicepresidente, pero ya no más como presidente; y peor aún cuando éste comienza a jugar con las reglas jurídicas vigentes y políticas. A los demócratas neoliberales más bronca les da cuando ese indio presidente ha sido reconocido en las lides internacionales. La cantaleta de respetar los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016 es una linda excusa para pretender echar a Evo, porque los colonialistas y racistas no toleran que un indio esté en el poder”.

Mustios y llenos de odio, con las mediáticas consignas antipolítica y anticorrupción entre los labios, el gorilaje ya me era fácilmente reconocible por ser los únicos que andan amargados por la calle, tan parecidos a la argentinidad del sentido común del machito mano dura y de la señoritinga clasemediera durante los últimos años felices. Los vi crispados e histéricos, vociferando temprano frente a las cámaras de televisión mientras frenaban a un país en plena actividad económica. Por la tarde demostraron masivamente sus fuerzas en todos los centros urbanos importantes, reeditando una vez más aquella dicotomía impuesta imperialmente en todo el continente de “ciudad versus campo”, o la más directa y xenófoba de “civilización o barbarie”.

Pero a contrapelo de lo sucedido en los países hermanos, donde democrática o dictatorialmente se despeñaron los gobiernos nacionales y populares, dejando en estampida a sus movimientos, en Bolivia, y pese a la incipiente burocratización dirigencial y del MAS, el pueblo no se amilana y responde en las calles, en las asambleas y mercados a través de movilizaciones multitudinarias que comprenden a la amplia diversidad contemplada en su plurinacionalismo. Es decir, se defienden defendiéndolo a Evo, como tantas otras veces pasó en Latinoamérica con hechos fundantes como el peronismo de los cabecitas negras. Redescubrir eso un #21F de 2018, con el corazón a los dos lados de la frontera y mientras hacía una especie de cobertura y transmisión del banque popular en la Plaza Mayor de La Paz, en exclusiva para mi familia y después de permanecer totalmente censurado como periodista en mi país durante el último año, me hizo emocionar hasta los orines.

 

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