Las llagas abiertas

Por: Sebastián Moro

Fue asomarme apenas a la carpa que esquivaba hace un mes para confirmar una vez más cuál es mi lugar en el mundo. Allí estaban, tres viejitos y dos mujeres, acaso más jóvenes, que de inmediato al saber que quería escuchar sus historias y la historia de su país me abrieron sus corazones. Con generosa hospitalidad en medio de esa “casa” situada en pleno Prado paceño por el reclamo imperecedero que haga valer realmente las palabras memoria y justicia, y frente a un Ministerio que al cruzar la vereda parece ni oírlos ni verlos, sentí que estaba, como siempre, entre las compañeras y compañeros que atravesaron y se repusieron mil veces al terrorismo de Estado en Argentina. Y cuándo no, fue una compañera, Victoria López, la que tomó la voz cantante delante del grabador y desarrolló durante 40 minutos la impecable exposición sobre cómo se sucedieron en Bolivia dictaduras genocidas y cómo se forjó, pese al horror, una resistencia que abrevaba en reivindicaciones y luchas populares. Los otros 20 minutos de la entrevista estuvieron dedicados a su historia personal, casi exactamente como cualquiera de los centenares de relatos que escuché en Mendoza en los juicios de lesa humanidad. La única diferencia es que el no impulso a los juicios locales, con su posibilidad de reparación y de reconocimiento de una verdad que rompa definitivamente con décadas de tergiversación oficial, hace de estos sobrevivientes un llanto en carne viva.

Por eso, por esa necesidad angustiante de atención, de ser escuchados y de que el Estado haga justicia para con sus muertos y víctimas, es que opté por la desmesurada idea de transcribir linealmente el relato de Victoria, prácticamente sin interrupciones de cronista y con el único quiebre de la entrevistada al contar lo que ella y su familia padecieron en un sinnúmero de detenciones que le marcaron dolorosamente la vida. Entonces la estructura de la nota se divide en historia colectiva y en historia personal, con enlaces a otros trabajos para quienes mejor quieran contextualizar, con fotografías de archivo y del grupo de víctimas en actualidad, sin encomillado, y con la única intervención de subtítulos para poder facilitar la lectura. Al final del artículo sí incluyo algunas reflexiones propias.

I – 18 AÑOS DE LUCHA Y TERROR

Primera dictadura, guerrilla del Che y masacres de mineros

Soy Victoria López, secretaria general de la “Plataforma de luchadores sociales sobrevivientes de las dictaduras” y todo ese largo nominativo que usted ve allí. Estamos instalados en estas carpas del Prado frente al Ministerio de Justicia desde hace seis años. Acabamos de cumplir seis años de esta lucha tan olvidada por este gobierno, que ha cerrado los ojos y los oídos ante esta realidad y no responde a nuestro petitorio. Por eso estamos sobreviviendo en estas carpas.

Como sobreviviente tengo que relatar que nosotros contabilizamos las dictaduras que ocurrieron en Bolivia desde el 4 de noviembre de 1964, cuando se produce el golpe de Estado del general René Barrientos Ortuño que se apodera de la presidencia. En esa etapa también es cuando ocurre la llegada del compañero Ernesto Che Guevara e instala la guerrilla en nuestro país (cliquear enlaces interiores: http://www.vanguardia.cu/che/9952-che-y-sus-companeros-de-la-guerrilla). Por dos años fue un gobierno inconstitucional y este señor arremetió contra la clase trabajadora de toda Bolivia, sobre todo contra los mineros. Después se convirtió en gobierno constitucional porque los militares convocaron a elecciones y Barrientos fue el ganador.

El 24 de junio de 1967 es cuando se produce la Masacre de la Noche de San Juan. Se llama así porque este presidente intervino los centros mineros con regimientos armados y la policía y esa noche, por costumbre que hasta ahora se mantiene, en todos los puntos mineros se celebraba la Noche de San Juan haciendo fogatas y quemando todo lo viejo. Al amanecer, de los vagones del ferrocarril empezaron a bajar los militares, los compañeros pensaban que llegaba el abastecimiento para sus pulperías que fueron prácticamente vaciadas por el régimen y estaban ansiosos. Pero no fue eso, sino que llegaron los militares, bajaron de los vagones y empezaron a disparar a toda la gente, en medio de la celebración y las fogatas. Asesinaron a hombres, mujeres y niños en los centros mineros de Siglo XX, Catavi, Llallagua y Huanuni).

Los militares le habían impuesto a Barrientos que acabara con la guerrilla del compañero Ernesto Che Guevara. Y así lo hizo. El 8 de octubre de 1967 Ernesto Che Guevara es apresado junto a otros dos compañeros, llevado a la Escuela de La Higuera, en el sector de Vallegrande y Ñancahuazú, donde se desarrolló la guerrilla. Ahí estuvieron presos, al amanecer ejecutaron a Willy (Simeon Cuba) y a El Chino (Juan Pablo Chang), y a mediodía del 9 de octubre lo ejecutaron al compañero Che Guevara por orden del imperio norteamericano y de la CIA que vivía en nuestro país. Las fotografías de esa época nos demuestran cómo después de que lo ejecutan al compañero de inmediato se presenta la CIA ahí, hacen la conferencia de prensa mostrando a todo el mundo que lo habían asesinado. Esa dictadura acabó con la muerte del general Barrientos dos años después. En un viaje que realizaba a Cochabamba, en la localidad de Arque cae su helicóptero tras supuestamente chocar con los cables de energía y muere carbonizado.

Sucesión de dictadores y segundo movimiento guerrillero

A Barrientos lo sucede el que era su vicepresidente, el doctor Luis Adolfo Siles, y al poco tiempo es el general Alfredo Ovando Candía el que da otro golpe y se hace cargo del poder. Entonces ocurre otro intento de guerrilla. Yo era estudiante en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y era dirigente de la Federación Universitaria Local (FUL). Y somos los universitarios los que realmente frente a la situación de pobreza, de faltas de atención en salud y educación y a la miseria que vivía nuestro país, decidimos de manera directa organizar el segundo intento guerrillero en la zona de Teoponte), situada más allá de Los Yungas, que es una zona aurífera pero sin tanta explotación y minas como ahora, sino una sola grande, administrada por una empresa norteamericana, la South American Placer, que había traído una draga enorme y estaba sacando ingentes cantidades de oro fuera del país. Por eso decidimos emprender otro foco guerrillero ahí, enarbolando los ideales del Che Guevara.

Cuando organizamos al principio dijimos a la opinión pública que estábamos yendo a alfabetizar en el lugar. Hicimos campaña para recolectar material didáctico y despedimos a los compañeros que fueron a la guerrilla. Entre ellos estaba el compañero Benjo Cruz, muy parecido al compañero Víctor Jara, que fue asesinado en la dictadura de Pinochet. Benjo Cruz era estudiante de Medicina, cantautor y compositor de música revolucionaria. Junto a él fueron otros compañeros universitarios como los hermanos Bonadona, Huisi, todos muy jóvenes. Lamentablemente no se hizo el estudio necesario de campo, no se hizo el levantamiento de datos para que se pudiera comprender lo que queríamos hacer en Teoponte y fue al fracaso por falta de conocimiento y de moral y por falta de apoyo y de concientización de la gente. Lo mismo ocurrió con el Che Guevara.

Ovando Candia dio la orden al Ejército de que no quería ni heridos ni prisioneros, los quería a todos muertos. Y de esa manera se procedió, aunque se logra recuperar a un grupo pequeño de los compañeros. Pero los universitarios no nos quedamos tranquilos con lo que estaba ocurriendo. Hicimos una huelga de hambre en la universidad y pedimos por los conductos regulares que nos devolvieran a los compañeros que habían sido asesinados. Así logramos que nos devolvieran ocho cuerpos de los compañeros, entre ellos el de Benjo Cruz. Hicimos un entierro muy grande desde la universidad hasta el cementerio general. Al poco tiempo llegó la compañera, la esposa de Benjo desde la Argentina, y pidió la exhumación de los cuerpos. Estuvimos en el cementerio varios compañeros y ahí ella confirmó que no era el cuerpo de Benjo. Nos habían entregado otros cuerpos. Fue todo un problema y hasta ahora se sigue reclamando que nos entreguen los cuerpos de los compañeros abatidos en la segunda guerrilla de nuestro país. Ahí es donde también muere Néstor Paz, el hermano del que también fue presidente, Jaime Paz Zamora.

Impasse y preludio

En ese proceso ocurre otro golpe de Estado pero esta vez no fue cruento. El general Juan José Torres se hace cargo del poder. Ocurre que cuando Barrientos estaba gobernando, los mineros, que son la clase combatiente de nuestro país y la vanguardia de la clase trabajadora, decidieron donar un día de trabajo, que es lo que se llama la mita, a la guerrilla del compañero Che Guevara. Y por ese hecho Barrientos disminuye sus salarios a la mitad. Torres repone el salario a los trabajadores, nacionaliza la empresa minera “Matilde” y, lo más importante, en vez del Parlamento y de la Asamblea Legislativa que existe ahora, instaura la Asamblea Popular, donde nos representan líderes trabajadores de todos los sectores políticos y universitarios. Había una gran esperanza en esa Asamblea y sobre todo en el gobierno de Juan José Torres porque percibíamos que Bolivia se podía encaminar a un proceso democrático. Lamentablemente no fue así. El presidente de esa Asamblea fue don Juan Lechín Oquendo, un líder muy esclarecido de la Central Obrera Boliviana, que provenía de la Federación de Trabajadores Mineros, un hombre muy perseverante en la lucha.

Esas iniciativas de Torres no fueron del agrado del imperio norteamericano ni de los partidos de derecha de nuestro país como han sido la Falange Socialista Boliviana, el MNR, la Democracia Cristiana y la empresa privada que financiaba los golpes de Estado. Entonces, el 18 de agosto de 1971 surgen aprestos subversivos. En la ciudad de Santa Cruz, al día siguiente, se hace una marcha y explota una bomba que produce heridos. El coronel Andrés Selich, que era comandante de la unidad de Ejército de Santa Cruz, manda a apresar a los dirigentes estudiantiles de la Universidad René Moreno y a dirigentes trabajadores de otros sectores. Manda a torturar y a fusilar en la misma universidad. Un hecho trágico, un crimen de lesa humanidad que cometió este señor y fue el preludio de lo que se vendría.

Banzer y sus nazis, resistencia en cerros y calles

El 21 de agosto de 1971 ya la COB sabe que estaba en marcha el golpe del coronel Hugo Banzer Suárez, entonces convoca a toda la ciudadanía a la plaza del Estadio para organizar la resistencia y entregar armas que nunca vieron la luz, no se entregaron nunca. Pero todos estábamos concentrados ahí en la plaza. Ahí estuvo Marcelo Quiroga Santa Cruz, que fue un hombre de izquierda, un líder que posteriormente será asesinado.

El golpe estaba llegando a la Paz, las guarniciones del Oriente se habían levantado ya en favor de Banzer. Esa mañana universitarios y mineros bajamos una cuadra del Estadio por la avenida Saavedra para entrar a la Intendencia de Guerra donde estaba uno de los arsenales del Ejército. La misión era sacar las armas existentes para ir al Cerro Laikacota donde ya estaba el Ejército combatiendo contra el pueblo. No pudimos lograr el objetivo porque había francotiradores que disparaban y los mineros y los universitarios caían heridos o asesinados. Entonces tuvimos que pasar hasta la plaza triangular, y ahí si vimos que teníamos que avanzar hasta el Estado Mayor, tomar el edificio y no dejar salir a las movilidades que estaban muy bien pertrechadas. El número de compañeros asesinados que caía en las calles era muy alto, entonces tres decidimos apartarnos del grupo y el resto avanzó, pero tampoco pudieron lograr el objetivo.

Después bajó un grupo de dirigentes de la COB, entre los que estaban los compañeros Simón Reyes, Víctor López Arias, Jorge Echazú, que era líder del Partido Comunista Marxista Leninista, y Julio Llanos, actual presidente de la Plataforma, y ellos sí llegaron hasta la Intendencia, lograron reducir a la guardia y sacaron las armas que pudieron y con ellas subieron al cerro. Con mi compañero Julio Toranzo, que tenía un revólver, subimos al Cerro Laikacota junto a una compañera periodista de la que no recuerdo el nombre, y apoyamos a los compañeros que combatían. El panorama era terrible: uno que otro compañero portaba un fusil o una ametralladora, no había más armas. Entonces, empezamos a trasladar material, piedras, palos, lo que hubiera.

En horas de la tarde recibimos una orden de la COB que nos dice que fuéramos hasta la Central porque se iban a repartir armas. La COB tenía un edificio de tres pisos aquí un poco más arriba del Prado frente al Monje Campero y no pudimos llegar porque el Ejército ya estaba tomando la ciudad y en el centro tuvimos que dispersarnos. Prácticamente tuvimos que entrar en la clandestinidad porque estaba todo tomado. Al anochecer, en el cerro los compañeros pensaban que habían logrado vencer al Ejército e inclusive entonaron el himno nacional creyendo que habían recuperado la colina. No fue así.

En horas de la noche Banzer, el golpista, utilizó la Fuerza Aérea, y a este nazi, al que trajo Barrientos de la Argentina, el nazi Klaus Barbie, al que le entregaron la administración de la empresa naviera y se dedicó al tráfico de armas y estupefacientes, pero su función principal fue la de organizar grupos paramilitares y entrenarlos. Barbie fue asimilado al Ejército con el grado de teniente coronel y colaboró desde ese lugar. Así redujeron a los compañeros que estaban combatiendo en el cerro y ese 21 de agosto de 1971 Banzer instala su golpe de Estado.

Cóndor absoluto y dictadura minada

Empieza un régimen político de terror, asesinato, presos políticos, torturados, exiliados, que duró siete años. En esa dictadura se abrieron prisiones en todo el país, en Copacabana, en las islas, en Achocalla, donde estaban las mujeres presas. Todos los cuarteles se convirtieron en campos de concentración. En fin, fue una violación de derechos humanos masiva para todo el pueblo boliviano.

De inmediato Banzer instauró el toque de queda y para sostener su gobierno firmó el Pacto militar-campesino. Como siempre, no faltan hombres y mujeres que se venden. En Chile gobernaba el doctor Salvador Allende y muchos compañeros, sobre todo universitarios, se fueron allá. Pero sabemos que el 11 de septiembre de 1973 se produce el golpe sangriento de Pinochet y hubo muchos de los nuestros que fueron apresados y torturados en el Estadio Nacional, entonces el resto debió salir a otros países y huir nuevamente. Todo esto era la ejecución plena del Plan Cóndor que había sido organizado por Estados Unidos bajo la Doctrina de seguridad nacional, cuyo principal objetivo era eliminar a todos los que estábamos en contra de ese sistema económico y de gobierno, a quienes nos decían comunistas, terroristas. Querían que toda Latinoamérica estuviera bajo gobiernos golpistas. Otro de los objetivos era el intercambio de presas, presos y torturadores, militares y policías. Venían acá, los llevaban a la Escuela de las Américas, también a los militares bolivianos, para ser entrenados en tácticas de represión y tortura contra nosotros. Aquí vinieron militares del Brasil y de la Argentina que participaban en las sesiones de torturas.

Siete años duró el latrocinio que enajenó las arcas del Estado y los recursos naturales y económicos. Y lo peor es que hubo una violación masiva de los derechos humanos, a la libertad de expresión, no había derecho a reclamos de nada, cerró periódicos, clausuró varios medios de comunicación. Solamente existían Radio Illimani y Canal 7, que eran del Estado y ellos los utilizaban para mandar sus arengas y comunicados contra el pueblo. Acá no podíamos saber ni quiénes eran detenidos, ni exiliados, ni asesinados. Todo estaba censurado. No había medios para saber, no había Iglesia adonde recurrir. Teníamos que sintonizar emisoras del exterior para saber qué es lo que estaba ocurriendo en nuestro país.

El 27 de diciembre de 1977, cuatro esposas de trabajadores mineros deciden instalar una huelga de hambre en el Arzobispado de la ciudad de La Paz junto a sus hijos pequeños. Encabeza el primer grupo la compañera Nélida Paniagua. El segundo grupo estaba a la cabeza de la compañera Domitila Barrios Chungara. En esa huelga de hambre participaron el padre Xavier Albó y el padre Luis Espinal, que después es asesinado. ¿Qué pedían, qué pedían las cuatro compañeras? Pedían que el dictador emita un decreto de amnistía general e irrestricta de todos los presos políticos pues estábamos en fechas de navidad y año nuevo. También pedían la libertad de los dirigentes que habían sido exiliados, la devolución de sus fuentes de trabajo, el retiro de las Fuerzas Armadas de los centros mineros y la convocatoria a elecciones. Esta huelga de hambre se reprodujo en el resto del país, tuvo el apoyo de Organismos de Derechos Humanos internacionales y significó la caída del dictador Banzer.

Ningún santo: Militares y gobiernos títeres

Banzer convoca a elecciones donde se presenta su protegido, el general Juan Pereda Asbún, y el 21 de julio de 1978 Banzer declara nulas las elecciones porque hubo fraude: a los conscriptos los habían llevado a votar dos veces, entonces había más votos que votantes. Los partidos que habían participado y este militar pidieron la anulación. Banzer suspende las elecciones y Asbún se va hasta Santa Cruz, donde en el Colegio Militar de Aviación instala su golpe de Estado. Banzer renuncia en horas de la noche, sale llorando de la presidencia y entrega el poder, no al pueblo sino a una Junta Militar. Antes había mandado una comisión a Santa Cruz para hacer desistir a su ex-aliado, pero no logró nada. Una de las gestiones las hizo el coronel Alberto Natusch Busch, que era su ministro de Asuntos Campesinos.

Pereda Asbún gobernó 35 días nuestro país, lo derrocó otro militar, David Padilla, que convocó a elecciones a mediados de 1979 donde triunfó Hernán Siles Suazo, aunque no obtuvo la mayoría necesaria. Lo que ocurría en todos estos procesos era que Estados Unidos tenía que dar su visto bueno para que los dictadores pudieran seguir gobernando. Éste no tuvo apoyo, un grupo de militares y civiles lo sacaron del Palacio y se hizo cargo, nuevamente, otra Junta Militar. Teníamos otro Parlamento y había elecciones, pero nada funcionaba correctamente. Entre ellos deciden nombrar presidente interino al doctor Walter Guevara Arce que era diputado, con el único objetivo de sanear la economía y convocar a elecciones en dos años. No pudo cumplirlo y tuvo que renunciar antes.

El 31 de octubre de 1979 se había realizado una de las asambleas de la OEA donde asistieron presidentes y embajadores de todos los países y en esa sesión Bolivia recibió uno de los mayores apoyos a la causa marítima. Hubo una resolución, pero vergonzosamente al amanecer de ese día, ocurre el golpe de Estado del coronel Alberto Natusch y tuvieron que salir huyendo embajadores y presidentes. Natusch sale en la conferencia de prensa al lado del señor Bedregal, un alto dirigente del MNR, un partido de derecha. Igual que los anteriores, apoyado por la Falange, la empresa privada, la Democracia Cristiana. Bajan las tanquetas de la unidad Tarapacá del Ejército, de reciente creación, hasta la plaza de San Francisco, llegan a la plaza Murillo, toman el Palacio de Gobierno y lo rodean. Militarizan la ciudad. Y la gente, nosotros, nos concentramos para resistir porque nunca hemos aceptado los golpes de Estado, no nos hemos resignado. En cuanto se producían estos golpes, la COB disponía el bloqueo de caminos y el paro general por tiempo indefinido. Entonces nos organizamos, sacamos los adoquines de la plaza y, por instrucción de la COB formamos barricadas en todo el país. Nos enfrentamos a las tanquetas y hubo decenas de muertos. Es lo que se conoce como “La masacre de Todos Santos”.

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Sangre y más sangre

Nuevamente otro golpe de Estado que ensangrienta a nuestro país con un número alto de asesinatos porque este señor, al igual que los anteriores, dicta el estado de sitio y el toque de queda, pero también la ley marcial. La gente era detenida, llevada a campos de concentración y torturada y luego era liberada. Pero con la ley marcial ya no, esto autorizaba el asesinato de todos los que éramos apresados en las horas del toque de queda. Eso hizo éste señor, Natusch Busch, utilizó la Fuerza Aérea para disparar sobre las calles de La Paz, asesinaron a mucha gente e hicieron desaparecer. En ése golpe de Estado es dónde hubo mayor número de desaparecidos en nuestro país.

A los 16 días un grupo de militares y civiles lo saca del poder, se hace cargo el Parlamento y nombran a una mujer, la presidenta de la Cámara de Diputados y militante del MNR, Lidia Gueiler, con el único objetivo de convocar a elecciones. Una vez posesionada esta señora, el general Luis García Meza, que es su primo hermano, le pide que lo nombre comandante del Ejército. Y ella accede. Pero el 21 de marzo de 1980 ocurre un hecho terrible. Esa noche el Padre Luis Espinal, sacerdote de la orden de los jesuitas y además revolucionario, sale del cine “6 de agosto” adonde había ido a calificar una película ya que era director del periódico “Aquí”. Se estaba recogiendo, trasladándose a su domicilio en la zona de Miraflores y lo detuvo un grupo de paramilitares, lo llevan al matadero municipal que se encontraba en Achachicala, lo torturan y lo asesinan. Al día siguiente encontramos su cuerpo botado en la zona. Fue un aviso de lo que se vendría.

Vivir y morir con el testamento bajo el brazo

El 17 de julio de 1980, utilizando las ambulancias de la Caja Nacional de Salud, los generales Luis García Meza y Luis Arce Gómez y todas las fuerzas del Ejército, dan otro golpe. Esa mañana en la COB se realizó una conferencia de prensa para dar las instructivas al pueblo y ahí se termina de conformar el Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (http://www.rimaypampa.com/2017/09/uno-de-los-paramilitares-le-puso-su.html). Ahí estuvo el compañero Marcelo Quiroga Santa Cruz y dirigentes de los sectores trabajadores, líderes de izquierda, en fin, todo lo más representativo. Terminada la conferencia de prensa de inmediato empezaron a sentir los disparos que venían de la calle. Subieron a las oficinas de los pisos superiores y se escondieron.

Militares, paramilitares y policías bajaron de las ambulancias, rodearon todo ese manzano y asaltaron la Central. Ahí asesinaron al compañero Gualberto Vega Yapura, dirigente de los trabajadores mineros, y al compañero Juan Carlos Flores, que era diputado y universitario. Luego empiezan a sacar a los compañeros que estaban escondidos, los bajan con las manos en la nuca y a golpes. En eso, uno de los paramilitares, reconoce al compañero Marcelo Quiroga Santa Cruz y le dispara una ráfaga de ametralladora (http://www.la-razon.com/nacional/Dictadura-plan-Mercurio-muerte-Quiroga-Santa-Cruz-PS1-Garcia-Meza_0_2819718044.html). Lo hiere, cae en las gradas de la COB y ninguno de los compañeros pudo ver en qué estado se encontraba. Afuera los hicieron subir en las ambulancias y los llevaron al Estado Mayor. Allá torturan terriblemente al compañero Marcelo hasta ser asesinado y hacen desaparecer su cuerpo hasta el día de hoy (https://www.telesurtv.net/news/Capturan-en-Bolivia-al-asesino-de-Marcelo-Quiroga-Santa-Cruz-20160131-0045.html). A los dirigentes y sacerdotes los despojaron de sus pertenencias y los torturaron: con las manos en la nuca, los llevaron a las caballerizas y los botaron sobre la bosta de los caballos. En esa posición tuvieron que permanecer más de 48 horas mientras sobre ellos pasaban los militares.

De ahí en adelante se desata una represión feroz a todo el pueblo, persecución, apresamiento, tortura, asesinato, exilio de muchos hombres y mujeres. Volvemos a vivir lo que ya nunca pensábamos que iba a ocurrir, otro golpe sangriento. En mi concepto, ese golpe de Estado ha sido el más vejatorio y porque cuando utilizaron las armas contra el pueblo empezaron a matar. Su ministro de gobierno, el señor Luis Arce Gómez, él sentenció al pueblo y dijo que todos los bolivianos debemos andar con el testamento bajo el brazo. Y era así, porque estábamos en las calles, en el lugar de trabajo y no sabíamos si volvíamos con vida a la casa.

Bajo ese sistema de terror el 15 de enero de 1981 este dictador comete un genocidio (http://historias-bolivia.blogspot.com/2017/08/la-masacre-de-la-calle-harrington.html). Ese día, en una casa de Sopocachi, en la calle Harrington, se estaba reuniendo la alta dirigencia del MIR para responder a las medidas económicas que había emitido el dictador. No se sabe si fueron delatados o seguidos por Inteligencia del Ministerio de Gobierno, pero en horas de la tarde fueron intervenidos y rodeados violentamente por militares y paramilitares. Fueron torturados y asesinados ocho dirigentes de ese partido. Este hombre además de cometer genocidio también enajenó los recursos naturales del país y cometió robos. Esa es la única dictadura que ha sido llevada a juicio por el doctor Juan del Granado e instituciones de Derechos Humanos. La experiencia vivida es terrible.

II – VICTORIA

Banzer

Yo debo decirle que cuando soy dirigente universitaria en 1971, en la dictadura de Banzer, fui apresada en tres oportunidades. Como ya había golpe de Estado, la universidad estaba intervenida por el Ejército. La primera vez fue estando ahí, en el atrio de la universidad con unos compañeros cuando fuimos a ver a otro grupo que había quedado refugiado en los pisos superiores del edificio y no podían salir porque los iban a asesinar. Yo tenía un uniforme de la Cruz Roja porque había hecho un curso de primeros auxilios y eso me sirvió para poder entrar, pero apenas entré advertí que todo estaba convertido en un campamento de los militares. No pude ver a los compañeros porque no me permitieron. Salí e informé a los que estaban afuera de lo que pasaba y ahí nos apresaron. En el Ministerio de Gobierno estuve más o menos un mes, en una situación terrible, siendo torturada en todos los interrogatorios que me hacían, como dirigente que era yo de la FUB, que coordinaba a su vez con la dirigencia de los estudiantes de la secundaria, con los jóvenes de los colegios. Querían las direcciones de mis compañeros, dónde teníamos escondida la propaganda política, algunas armas que teníamos, eso era lo que ellos querían. En ese trance veo a un señor que escribía mis declaraciones y que me dijo que en la ciudad de Potosí había sido amigo de mi padre. Y me ayudó a salir, a huir del Ministerio. Escapé.

Estuve refugiada unas dos semanas en la casa de una monja que era hermana de uno de los dirigentes de aquí de La Paz. Naturalmente, mi familia estaba muy preocupada porque no sabía qué era lo que había ocurrido conmigo. Entonces me hicieron saber que mi madre estaba muy enferma y que quería verme de cualquier modo. Esa noche salí del escondite y fui a mi casa a ver a mi madre que sí, estaba muy enferma. Toda mi familia estaba muy amargada llorando y cuando llegué se tranquilizaron y empezamos a conversar. Pero yo no me percaté de que mi domicilio estaba siendo vigilado por los paramilitares. Entonces al amanecer, cuando estábamos durmiendo, entraron a patadas, rompieron las puertas y todo lo que encontraron a su paso. No teníamos comodidades, las cosas de valor estaban en cajones y se las sacaron mientras destrozaban todo con sus armas. Me apresaron junto a mi madre y a mi hermana menor que en ese entonces tenía siete años, yo tenía veinte.

En la calle el manzano estaba rodeado de jeeps blancos de los que antes tenía la policía y que se llamaban Blancanieves. Me cubrieron la cabeza con algo oscuro, nos introdujeron en un jeep y nos llevaron un buen tiempo por no sé qué lugares hasta hacernos llegar al Ministerio nuevamente. Ahí me separan de mi madre y de mi hermana menor, no sé dónde las llevaron a ellas, pero a mí me suben a una oficina lúgubre, horrible, donde había un señor solamente y me hacen sentar y me dicen que espere. Hacia adentro había otra oficina, veía a los paramilitares ahí dentro y empecé a escuchar gritos de dolor de un hombre. Después de mucho tiempo salen dos paramilitares agarrando a un joven de ambos brazos, totalmente ensangrentado. Pero yo lo veo y lo reconozco, era mi compañero Juan Carlos Rosel, que era estudiante de la Facultad de Medicina. Lo sacan, vuelven los paramilitares y me introducen a mí en esa oficina. Empiezan el interrogatorio. Empieza el terror, empiezan a torturarme, a decirme que yo hice esto, que yo hice lo otro. Empiezan a acusarme, que existen los testigos de que, por ejemplo, estando en democracia había ido con otros compañeros a panfletear al Palacio de Gobierno, que estaba la persona con la que yo había ido a panfletear, que estaba ahí y que me iba a acusar.

Después me llevaron a las celdas subterráneas y me sacaban para los interrogatorios, que eran terribles, eran golpes, era un ultraje terrible de palabras soeces, me empezaban a manosear mis partes íntimas, me empezaron a poner toques eléctricos en los senos para que hablara. En una de esas oportunidades me despojaron de todas mis ropas, me quitaron los calzados, era un piso de cemento, me amarraron a la silla, las manos atrás, echaron agua al piso y conectaron la electricidad. Esa es una de las torturas que yo recuerdo. Después, en otro interrogatorio me llevaron a esa oficina donde había un escritorio y una mesa y me interrogaban los paramilitares, a veces entraba un militar que parecía extranjero por su acento de hablar, pero también el que venía personalmente era el ministro de gobierno y un señor que era el coronel Rafael Loayza, que se encargaba de hacer torturar a todos los presos ahí mientras él supervisaba. Recuerdo eso.

En una de esas oportunidades, por tanta tortura que sufría, yo ya no quería vivir. Pedí ir al baño, tenía que ir con el policía por detrás, y no me dejaron. Vi una ventana que daba a la calle, quise lanzarme, pero de inmediato el policía entró, me jaló y me llevó nuevamente a la sala de tortura. Entonces me torturaron ferozmente y después de tanta vejación me violaron los paramilitares que estaban ahí. Posteriormente fueron así las torturas. Pero yo soportaba todo eso, lo único, lo que más me afligía era que no sabía qué habían hecho con mi madre y con mi hermana menor. Yo que estaba ahí decía “por favor, no a mi madre ni a mi hermana”. La tortura no fue solamente física sino psicológica, porque ellos me decían “lo que le estamos haciendo a usted le estamos haciendo a su madre y a su hermana hasta que usted hable”. Y en uno de esos interrogatorios lo trajeron al tipo ese, al que fue mi compañero, con el que yo había ido a panfletear, y me acusó en presencia de los paramilitares. Entonces la tortura empeoró porque estaba confirmada mi participación.

Mi madre había conseguido salir en libertad, también a ella la habían ultrajado y buscó ayuda. No había libertad para nada, no había iglesia, no había dónde recurrir. Ella buscó a la señora Ana María Campero que era una periodista que trabajaba en “Presencia” y después de unos años fue la primera defensora del pueblo de nuestro país. Y ella le dijo que buscara a la esposa del general Juan José Torres, pero tampoco pudo hacer nada. En el Ministerio le dijeron que llevara a una persona mayor que firmara como garantía para que yo saliera en libertad. Antes de salir tuve que firmar una declaración donde yo decía que el tiempo en que estuve detenida fui muy bien tratada, que no me golpearon, que cuando me puse enferma, muy mal, me atendieron médicamente y que estuve muy bien ahí, gozando de todo. Y tuve que ir a firmar todos los días por largo tiempo un libro al Ministerio. Pero no había sido así. Cuando estuve tan mal pedí que me viera un médico y me mandaron una supuesta enfermera. Entonces me olvidé de mi estado y le pedí que hiciera saber a mi familia desesperada dónde estaba yo. Porque también habían ido a allanar en mi casa, nuevamente. Mis tías se encontraban ahí, rebuscaron todo, ya habían quemado los libros y la propaganda política que tenía. Saquearon mientras yo estaba detenida junto a mi madre. En el interrogatorio me dijeron que la mujer no era enfermera, que era un agente que mandaron directamente para hablar conmigo y yo le diera los datos.

Posteriormente fui de nuevo detenida, tres veces en esa dictadura.  Pero como le digo, yo nunca he cejado en la lucha por libertad, por justicia, por igualdad pues he continuado, clandestinamente con mis compañeros nos encontrábamos en algún lugar para darnos señas y organizar la resistencia a la dictadura de Banzer. Después de tres o cuatro intentos éramos descubiertos, mis compañeros eran apresados, hubo muertes y no pudimos hacer nada hasta que la dictadura de Banzer concluyó con la huelga de hambre que le relaté.

Los luises

En la última dictadura, en 1980, yo trabajaba en una empresa privada donde nos habíamos organizado porque había mucha explotación, era secretaria general y trabajé con la Central Obrera departamental desde ahí. Era una actividad política. El 17 de julio se produce el golpe de Estado y cuatro días después soy apresada en mi lugar de trabajo por dos militares, uno de ellos de apellido Orellano. Me llevan por toda la empresa porque había sido denunciada por los empresarios de haber adoctrinado políticamente a mis compañeros de trabajo, de haber organizado el sindicato y todo aquello. Llegaron al sótano donde estaban mis pertenencias personales con papeles que no eran delito, eran libros de sindicalismo, de marxismo, en fin, eso sirvió para acusarme. Entonces me sacaron de la empresa, me cubrieron la cabeza y me botaron a una movilidad y otra vez me hacen llegar al Ministerio de Gobierno. En ese entonces fue peor porque yo estaba esperando familia, mi primer hijo, más o menos de tres meses…

Nuevamente el interrogatorio, la tortura, pero peor, porque había hechos verdaderos, cosas verídicas y evidentes que yo no podía negar, “soy dirigente sindical, he trabajado con Fulano y con Zutano”. Pero eso no era suficiente para los que me interrogaban y otra vez soy vejada, ultrajada, violada… Y no escuchaban mis gritos de pedirles por favor que me respetaran porque estaba embarazada, no lo hicieron nunca… Y ahí sí que yo ya no quería vivir porque me sentía totalmente reducida a la más mínima expresión del ser humano. No sé cómo me sacaron, me habían ido a botar detrás del Hospital General y ahí alguien me encontró y me internó en el hospital como NN. Mi familia me buscaba, mis compañeros.

Y fue mi compañero Julio Llanos, que me había encontrado en el hospital, así sin nombre ni apellido, que avisó a mi familia, ellos fueron y me recogieron de allá… Ellos me sacaron ya sin el hijo, ya había perdido el hijo que esperaba y desde entonces nunca más pude ser madre. Todo gracias a Luis García Meza, a Luis Arce Gómez, el ministro de Gobierno en el último golpe de Estado. El ministro que venía personalmente cuando yo estaba detenida a ordenar mi tortura. Por eso le digo, la última dictadura que ha vivido nuestro país ha sido así cruel y de sangrienta con quienes hemos luchado a nivel sindical, a nivel político, a nivel de defender los derechos humanos, compañero. Esa es la amarga experiencia que he vivido.

III – LO QUE NO CESA

Se acabó la batería del teléfono. En el último tramo la voz de Victoria fue escalándose para sobreponerse a una banda sonora callejera que inundaba el Prado entre desfiles cívicos porque dos días después su país celebra el Día del Mar, ese mar que les arrebataron hace más de cien años. La entrevista concluyó bajo el compromiso de que habría una segunda parte para desandar en grupo los años de impunidad y el reclamo incesante al presidente Evo Morales. Temblando por dentro y temiendo que Victoria no se recuperara de tanta pena y suspiro, la abracé como solamente hacemos lxs argentinxs entre compañerxs. Y le di un sorpresivo beso en la mejilla pidiéndole disculpas por el exabrupto, dado que aquí a las damas se las saluda con la mano. No estaba ofendida, claro, solo exhausta por la intensidad de lo recordado.

Antes de salir de la carpa sus compañeros me reiteraron la invitación para el día siguiente, en el que se homenajeaba al padre Luis Espinal, otra de las víctimas emblemáticas. A modo de intercambio ella me pidió que le adelantara cómo en Argentina se rompió con la impunidad. Su conocimiento de la lucha de nuestro movimiento de Derechos Humanos era tan claro como el de la historia de la guerrilla y de la represión en Bolivia. Y cuando empecé a mencionarle la voluntad política que favoreció el desarrollo de los juicios, con energía y una leve sonrisa me dijo: “Ah sí, claro, el doctor Kirchner y la señora Cristina”. El orgullo que sentí es indescriptible.

Salí al Prado, volví a respirar la calle, sólo el pudor hacía que no se me cayeran las lágrimas. En dirección contraria hacia dónde empecé a subir, la algarabía comunitaria de niñxs, adolescentes, adultxs y viejitxs de la misma edad que Victoria y sus compañeros, por el desfile de clamor al mar, no logró esta vez conmoverme. No me da tregua, pensé, Bolivia no me da tregua. Resonaban en mí las palabras de Victoria, su voz no cejaba de insistirme. Su voz, un mar de lágrimas que es perentorio calmar.

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